30 May 2020
Juan Diego Soler
Astrofísico colombiano
Hace poco las mediciones de los satélites de la Agencia Espacial Europea indicaron que el campo magnético se está debilitando en un enorme área.
En las últimas décadas, el Norte magnético se ha desplazado casi 60 kilómetros por año. / ESA
Recuperar el norte. Hacer funcionar la brújula que le indique el camino a una nave a la deriva. Una metáfora que expresa el deseo de millones de personas que han visto alterado el curso de sus vidas por un agente infeccioso microscópico que se ha expandido por todo el planeta. Pero el norte ya no es el norte, y no solo metafóricamente.
Durante las últimas décadas el Norte magnético, el lugar al que apuntan las agujas de las brújulas, se ha desplazado casi 60 kilómetros cada año. Y hace apenas unos días las mediciones de los satélites SWARM, de la Agencia Espacial Europea, indicaron que el campo magnético de la Tierra se está debilitando en una enorme área, que ya se extiende desde África hasta Suramérica.
La Tierra tiene un campo magnético como si estuviese atravesado por una versión gigantesca de uno de los imanes que se ponen en las neveras. Hasta la llegada de los sistemas de posicionamiento global (GPS), la mediciones de ese campo magnético con brújulas y compases eran la herramienta más poderosa que tenían los humanos para orientarse en la superficie del planeta.
Desde el legendario navegante chino Zheng He hasta Fernando de Magallanes y Cristóbal Colón, los exploradores han dependido de una aguja que les dé una referencia de su posición en la superficie del planeta. Innumerables especies, desde insectos hasta peces, tortugas y aves también se orientan usando el campo magnético de la Tierra. Pero aunque la física y las observaciones nos indican que es generado por el movimiento de los océanos de metal líquido, a tres mil kilómetros por debajo del suelo, los procesos exactos que generan y regulan el campo magnético de la Tierra aún son un misterio.
No es una exageración decir que sin el campo magnético no existiría la vida tal y como la conocemos sobre la Tierra. Todos los días el Sol libera una corriente de electrones, protones y núcleos de helio que se conoce como viento solar. El campo magnético de la Tierra atrapa y desvía estas partículas cargadas, que de otra forma erosionarían la atmósfera del planeta y dejarían su superficie expuesta a la radiación ultravioleta, que también proviene del Sol.
Durante los 200 mil años de historia humana nuestra especie prosperó sin saber de la existencia de este escudo protector. Fue solo hasta la era espacial, exactamente en 1958, cuando las investigaciones dirigidas por James van Allen, usando el Explorer 1, el primer satélite enviado al espacio por los Estados Unidos, revelaron la existencia de los cinturones de partículas cargadas capturadas por el campo magnético terrestre, que hoy se conocen como cinturones de Van Allen.
Pero el campo magnético terrestre no es inmóvil. El registro de los depósitos minerales magnetizados (ferromagnéticos) revela que el polo norte y el polo sur magnético se han invertido 183 veces en los últimos 83 millones de años, es decir, una vez cada 450 mil años. Aunque este ciclo no es regular, el hecho de que la última inversión magnética haya sucedido hace 780 mil años nos hace suponer que la siguiente no está muy lejana. Y hasta donde sabemos, es la primera vez en la historia de la Tierra que existe una especie con la capacidad tecnológica para medirla, pero también para sufrir sus consecuencias.
No existen evidencias que relacionen las extinciones masivas en la Tierra con las inversiones magnéticas, aunque hayan sido invocadas como la causa de las espectaculares catástrofes en más de una película. Pero el debilitamiento del campo magnético permitiría que partículas cargadas penetren en las órbitas cercanas a la Tierra y afecten los satélites que permiten la navegación y el comercio internacional. Por eso más que nunca dependemos de la medición continua del campo magnético.
La anomalía del Atlántico Sur, como se conoce la zona en donde los satélites SWARM registraron el debilitamiento del campo magnético, es conocida desde el descubrimiento de los cinturones de Van Allen, que en esa área se encuentran apenas a 200 kilómetros de la superficie.
Sobre esta área fue que la misión CRS-1 de SpaceX pasó un susto en 2012 y tanto el Telescopio Espacial Hubble como la Estación Espacial Internacional tienen un largo historial de problemas que se presentan al pasar sobre ella. Pero es aceptada como una particularidad de nuestro planeta y no tenemos una explicación simple para explicar por qué esta allí. Ahora se mueve a un ritmo de 20 kilómetros cada año y las observaciones de SWARM indican que está formando un segundo foco en la costa suroccidental de África.
Es muy difícil predecir cuál será el comportamiento de esa anomalía o si sus cambios están relacionados con el desplazamiento de los polos, o constituyen un anuncio de la próxima inversión. Aunque la física nos da las herramientas para entender los fenómenos naturales, el planeta Tierra sigue siendo un sistema muy complejo del que aprendemos continuamente. Un buen día las agujas de las brújulas podrán dar una media vuelta y revelarnos otro secreto sobre el interior de nuestro planeta. Probablemente el mayor problema para los humanos no va a ser que cambien su dirección, sino que alguna vez pensaron que nunca lo harían.
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