domingo, 6 de octubre de 2019

El vuelo de Chile

Natalia González

Pablo Allard

Arquitecto urbanista

Los días pasados Chile emprendió el vuelo. Pero no me refiero a lo económico, sino que a la cantidad de compatriotas que desafiaron la fuerza de gravedad, ya que de los cerca de 6,2 millones de personas que viajamos este feriado de Fiestas Patrias, un 10% aproximadamente lo hizo en avión. 

Se trata de más 600 mil chilenos – equivalente a toda la población de la región de Antofagasta- que gracias a las promociones y líneas low-cost volaron dentro o fuera del país. Este fenómeno se ve también reflejado en la ampliación del Aeropuerto Internacional Arturo Merino Benítez, con la reciente habilitación de sus nuevos espigones, y el agresivo plan del MOP para aumentar capacidad en varios aeropuertos regionales.

Esta tendencia a volar no solo se refleja en el turismo, sino también en una actividad que cada día cobra más relevancia: la aviación civil. 

En Chile hay una red de más de 70 clubes aéreos, 300 pistas, 400 aeronaves y 2 mil pilotos asociados a la Federación Aérea de Chile, que facilitan la conectividad del país, colaboran en el traslado de personas y órganos en casos de emergencia, víveres y lo que se requiera cuando hay desastres naturales, además de servir a múltiples localidades remotas.

Pese a tener un rol clave para el desarrollo del país, la infraestructura aeroportuaria se ha visto cuestionada en los últimos años, particularmente aquellos aeródromos que han sido rodeados por el desarrollo urbano residencial.

Es así como cada cierto tiempo se levantan voces solicitando el cierre de operaciones del aeródromo de Tobalaba, o cuestionamientos a la operación de la Base Aérea del Bosque luego que un avión FACH se precipitara sobre un edificio de departamentos hace unos días.

Y si bien el sentido común dice que este tipo de infraestructuras debería localizarse en zonas periféricas o lejos de los barrios consolidados, lo cierto es que su ubicación no es trivial, y responde a una definición estratégica operativa, que considera los vientos, la geografía aledaña y rutas de aproximación.

En Chile todos los aeródromos operan mediante exigentes normas, y están tomando medidas adicionales para garantizar la seguridad de los vuelos y la población. Por otro lado, la cercanía de los aeródromos a los centros urbanos y de servicios es clave cuando se trata de urgencias o logística.

Otro factor que debemos considerar a la luz de los cambios tecnológicos es que contar con un aeródromo cercano en los próximos años será de gran valor para cualquier comunidad, más allá de las eventuales molestias o riesgos.

Se estima que en las próximas décadas los servicios de taxis aéreos y drones de bajo costo se multiplicarán de manera exponencial, particularmente para viajes intermedios o urgencias.

Uber ya ha anunciado el inicio del servicio de vuelos compartidos Elevate en cuatro ciudades norteamericanas para el año 2023. De prosperar estos nuevos modos de transporte se requerirá de más espacios aeroportuarios y adaptar los existentes en nuestras ciudades.

Finalmente, la demanda de vuelos nacionales e internacionales seguirá aumentando, lo que nos obliga a buscar alternativas al Aeropuerto de Pudahuel, como la Base Aérea del Bosque, que con su pista de 1.800 metros podría ser a futuro un aeropuerto para aerolíneas low-cost conectado vía tren ligero con Pudahuel.

Así también se deben iniciar a la brevedad los estudios para un nuevo aeropuerto internacional en la periferia de Rancagua o San Antonio, también asociados a la red de trenes de cercanía.

Todo indica que Chile comienza a volar alto sobre su loca geografía, pero debemos tener un plan de vuelo claro y contar con la infraestructura necesaria para llegar sanos y salvos a nuestro destino.

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